
Allí, su abuela le contaba que las brujas existían y que se podían diferenciar por su saliva y por sus pies.
Después se tuvieron que ir a Inglaterra porque era de allí. Cuando llegó el verano, se fueron a un hotel. De camino, su abuela le compró dos ratones blancos.
En el hotel no se permitían los ratones, pero la abuela convenció al director.
El niño, como no podía sacar los ratones de la caja, se fue a una sala y se escondió detrás de un biombo para jugar. Pero un día en el que jugaba, entraron un montón de personas y, la señora que estaba en el escenario, dijo que se quitaran los zapatos. En ese momento se dio cuenta de que eran brujas. Tenían una poción para convertir a los niños en ratones. Cuando se iban, una de ellas detectó al niño, lo convirtieron en ratón y se escapó.
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